La pedagogía terapéutica, una pedagogía con alma

En la vida el ser humano puede vivir lleno de sentido o atrapado en una serie de experiencias de insatisfacción emocional. La diferencia la hace la calidad de los vínculos que logra establecer o tener. Y no se trata de cantidad sino de profundidad o calidad de los vínculos. A veces basta tener una relación significativa con una o dos personas para enriquecer el sentido nuestra vida. Nunca terminaremos de comprender el poder de los vínculos en el desarrollo de la identidad de los niños y jóvenes. Todo lo importante que le ocurre a un joven ocurre dentro de una relación significativa, tanto con los pares como con los adultos formadores.

 

Cuando hablamos de pedagogía terapéutica, estamos hablando de que el pedagogo es más que un “buen profesor” o alguien “buena onda”. Estamos hablando de una forma de ser y relacionarse que abre al estudiante a una vida nueva, a un sentido renovado y positivo de sí mismo.

 

Se trata de escribir una historia personal con cada estudiante, establecer una relación  en la que el adulto es como un verdadero jardinero, que cuida una planta, la conoce, descubre sus necesidades, se acerca a ella con cuidado y delicadeza, le brinda lo que necesita para crecer y realizar plenamente su potencial y su identidad.

Es un proceso de fortalecimiento  emocional,  social e intelectual de sus alumnos que promueva la confianza en ellos mismos y su sentido de auto-eficacia.

En la pedagogía terapéutica, el docente trata de conocer al estudiante más y mejor día a día. Toma su marco de referencia para relacionarse con él.  Lo valida aceptándolo tal como es sin juzgarlo ni criticarlo, lo cuida acogiendo sus necesidades, pero también orientándolo  y  poniéndole límites. Le infunde confianza brindándole experiencias como un traje a la medida,  que lo desafíen, que le permitan tener logros y lo hagan crecer.  Así va paso a paso avanzando. Le ayuda a creer en sí mismo ofreciéndole un espejo benigno en el que mirarse, descubrirse y valorarse tal como es. Le ayuda a curar heridas, recuperar la confianza perdida, repararse.

 

La pedagogía terapéutica promueve la autoconfianza: el profesor mira al estudiante de una manera que hace que este crea en sí mismo.  Se ocupa de la autoestima académica del niño, le demuestra que es capaz. Busca hacerlo sentir importante por ser quién es. Se siente responsable del aprendizaje y para ello busca la ruta, la puerta, el método y el ritmo apropiado para cada uno.

 

Esta forma de educar supone generar interdependencia entre el estudiante y sus compañeros. Es vivenciar con los alumnos la cooperación  y vivir en una  cultura cooperativa. El docente promueve la ayuda mutua, una comunidad de aprendizaje, un “nosotros”.  El aprendizaje cooperativo permite potenciar al estudiante potenciando al equipo, es aprender y crecer a partir de un encuentro. Este encuentro y conexión mutua depende de cuánta energía emocional y relacional podemos movilizar, de cuánta ilusión, motivación y compromiso generemos con el equipo. Decimos que los equipos son el corazón del Centro de Aprendizaje Cooperativo porque alimentan la vida emocional de cada uno.

La pedagogía terapéutica es promotora del desarrollo, favoreciendo la autonomía, la independencia, el autoconocimiento, el contacto con las propias necesidades y las de los demás,  la auto-regulación y el sentido de propósito.

De esto se trata una pedagogía con alma: es crecer en nuestra capacidad de estar con los estudiantes, de aceptarlos, conectarnos con ellos. Es responder de manera fina y aguda a sus necesidades, con alta empatía y compromiso.  Es tener una mirada apreciativa: sentir que tengo la suerte de tener a este estudiante y querer descubrir el milagro de la persona que tengo por delante. En este camino el profesor es un gran beneficiado, aprende de su estudiante, recibe su aprecio y se descubre en el encuentro con él, se ve desafiado a crecer, recibe de éste su confianza, cariño, y es testigo del nacimiento de una vida renovada.

 

 

 

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